viernes, 14 de enero de 2011

Nos toca pagar


Escribe Jorge Saldaña en su twitter: "Me pregunto si Xalapa podrá volver a ser lo mismo..." Y remite al notipoema, escrito en su estilo deliciosa y "lamentablemente inconfundible":



La ciudad de las flores se marchita,
Tranquila y dulce entre neblina incierta,
Con el rayo de sol que se despierta,
Entre árboles solemnes que platican.

Se interrumpe el silencio y por la puerta
Entra una ráfaga de viento frío,
Se acaba la provincia y con su hastío
Las gardenias del prado hoy están yertas.

Era Xalapa casi un vecindario
De silencios, jardines y neblinas,
Ya se acaba el tranquilo abecedario,
Las palomas se van del campanario,
La ciudad permanece, adentro hay ruínas,
Se inicia ya el camino del calvario.


Hace 15 años llegue a estudiar a Xalapa y me enamoré a primera vista: en ninguna pared había grafitis, y en mayo, aunque faltaran las nubes, no hacía calor.

Leía a Díaz Mirón frente a su propia casa, estudiaba recostado en los pastos de las lomas que están detrás del estadio, y descansaba el alma caminando por el Paseo de los Lagos cuando el agua se convertía en bruma. Subía por Bravo para ir al Parque Juárez, y al ver el paisaje desde su mirador, sabía que había encontrado mi casa.

En Xalapa nació el primer miembro de la nueva generación de mi familia y murió el más viejo, para otorgarle a su descendencia el acta moral de residencia que paga el llanto: "uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra". Bajo sus estrellas tomé las decisiones más importantes de mi vida, que a la postre me llevaron a otras tierras, a probar otros besos, y me fui retiscente, pero contento de entender por qué también escribió García Márquez que "viajar es regresar".

Hoy, en su añoranza, me envía dos tristezas: la familia nacida y crecida allí con la que emparentó la mía, paga su cuota de lágrimas al haber recibido tras toda una vida su propia acta de residencia, al tiempo que  Xalapa despierta recibiendo la suya. Ahora pertenece a los tristes campos que antes, hasta ayer, llamábamos "allá".

El río de sangre nos ha alcanzado. En la televisión hablan de casa, le llaman por su nombre, y se vuelve visible dentro de esta otra niebla que huele a humo de año nuevo.

Tiene razón: Xalapa ya no es la misma. 

¡Venga, don Jorge! Nos toca pagar...

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